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Filosofía para todos

Platón (DI)

Platón (DI)

En la puerta de la Academia, un día después...

 

P: Un poco más alto, que se vea bien. Súbelo de la derecha. Así, vale. ¡Qué ganas tenía de verlo colocado! Ya estaba harto de tanto inculto en geometría.

 

P*: Celebro que nuestras enseñanzas sobre el carácter matemático del cosmos hayan ganado tu aprobación.

 

P: Sin duda, este aprendizaje es lo mejor que obtuve de mis viajes por Italia. El resto fue un auténtico fracaso.

 

D: Cierto, pero de no haber ido a Siracusa, nunca nos habríamos conocido, ¿no? Además, aunque tu proyecto político no lograra realizarse, valió la pena intentarlo.

 

P: ¡Tres viajes, a cuál peor! Ni menciones el tema. Cuando pienso en cómo me trataron, me pongo malo.

 

G: Mejor que tus ideas políticas no prosperasen, pues eran un solemne disparate. ¿Dejar el gobierno del estado a una élite de “intelectuales bondadosos”? ¿A quién se le ocurre? ¡Qué optimismo esperar que miren por el bienestar de todos más que por el suyo propio! ¿Y quién va a decidir quiénes son esos sabios? ¿Tú?

 

S: ¡Hola muchachos, qué tal! Pasaba por aquí y he querido saludaros. Vuestra conversación siempre podrá ilustrar a un hombre tan ignorante como yo.

 

G: Ya empezamos con la falsa modestia y la cancioncita del “sólo sé que no sé nada”. Ojo con éste.

 

P: Necias palabras las tuyas, pero comprensibles, pues emanan de la desconsideración y arrogancia propias del que se las da de sabio sin serlo. Deja en paz al maestro, que mucho tienes que aprender de él.

 

G: ¿Maestro de qué? ¿Qué quieres que aprenda de alguien que no sabe nada? ¿Qué me va a enseñar?

 

P: Para empezar, te haría ver lo muy ignorante que eres en realidad, desenmascarando que  tu retórica sólo esconde un pensamiento vacío. Te ayudaría a conocerte y a entender que el conocimiento y la virtud caminan juntos en el hombre bueno. ¿Te parece poco?

 

P**: La virtud, el conocimiento, la bondad... Hablas de todo ello en tono absoluto. ¿Olvidas acaso que nadie más que el hombre establece qué son estas cosas?

 

P: ¡Claro que les otorgo un sentido absoluto, pues emanan de los dioses y no de los hombres! Mas no por ello nos son ajenas. Gracias a nuestra alma racional, de origen divino, podemos lograr la comprensión de las ideas correspondientes a dichas realidades.

  

P*: No se puede negar que este cosmos no lo ha hecho ningún hombre, como tampoco que su armonía matemática y extrema belleza reclaman la presencia de Dios. Por tanto, ¿qué pretendes con eso de que es el hombre el que establece todas las cosas? Explícate.

P**: Creo que os precipitáis en vuestras elucubraciones. Acerca de  si existen los dioses y de si se preocupan de nosotros o no, nada podemos saber: la vida humana es demasiado breve y la dificultad del tema tan enorme que no es posible ofrecer solución alguna a semejante cuestión. Así, nada adelantaremos hablando de ellos, salvo perdernos en la confusión. Y si prescindimos de ese referente, tan dudoso por otra parte, contemplamos que es el hombre la medida de todas las cosas. Es él quien decide qué es amargo, ácido, dulce o salado, quien decide qué es alto, bajo, pequeño, grande, próximo o lejano. E igualmente, qué es justo o injusto, bueno o malo, virtuoso o vicioso, verdadero o falso. Cada sociedad establece sus propias convenciones al respecto, en función de lo que le interesa en ese momento. Así, todo es relativo a unas circunstancias, que delimitan en cada época aquello más conveniente, más útil, más provechoso.

 

P: Lamento que te ampares en el agnosticismo, el cual, a la práctica, hace funcionar como si uno fuera ateo, pues la duda sobre Dios lo lleva a prescindir del mismo. Sin duda, te encuentras encadenado a la apariencia y aún no has abandonado el mundo de las sombras. Y lo que es más grave: dada tu hábil oratoria, convences fácilmente con tu discurso a aquellos jóvenes que confunden la elocuencia con la verdad. Quedan entonces atrapados, como tú, por la oscuridad a la que nos somete la sensación, cuando sólo a ella obedecemos, incapaces de transcenderla.

 

G: Estaré encadenado si quieres, pero pienso igual que él. Veamos, según tú, ¿cómo puede la razón acceder al conocimiento de esas ideas de las que hablas?

P: A través del recuerdo.

 

G: ¿Cómo dices? ¿Bromeas? ¿Cómo voy a recordar algo que jamás he conocido?

 

P: Te equivocas si crees que tu alma ha comenzado a existir con el cuerpo. Ya existía previamente. Y hubo un tiempo en el que pudo acceder directamente al conocimiento de los arquetipos esenciales. Sólo hemos de recordarlos, aunque reconozco que no es tarea fácil despertar la reminiscencia. Por ello es tan fundamental la educación. Ésta, nos prepara para la anámnesis.

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