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Filosofía para todos

Teatro filosófico

Lectura dramatitzada a la Porxada de Granollers

Lectura dramatitzada a la Porxada de Granollers

Amb motiu de la presentació dels nous cursos de la Universitat Popular de Granollers tindrà lloc a la Plaça de la Porxada la lectura dramatitzada dels textos:

  • Adán y Eva: ave o nada
  • Übermensch, el superhombre en la era digital

A càrrec de: Judith Méndez, Aitor Pau García, Ana Galisteo i Joan Méndez

 

Dia: dissabte 12 de setembre

Hora: 19 h.

Esteu tots convidats!

En alta mar

En alta mar

Males Companyies nos ofrece en el Teatre Gaudí de Barcelona, hasta el 7 de octubre, la pieza teatral En alta mar. La obra responde al guión del polaco Slawomir Mrozek, y cuenta en el reparto con los náufragos Jordi Domènech, José Malaguilla y Xavi Mañé. A ellos se une esporádicamente el cartero y criado Rubén Pérez. La dirección corre a cargo de José Malaguilla y Alberto Díaz (quien además ha traducido el guión al catalán).

La obra resulta más que recomendable, tanto por su nivel interpretativo y puesta en escena dinámica, llena de fuerza y con sentido del humor, como por la profundidad (marina) del texto. A través de la situación límite que acontece a los tres náufragos perdidos en una balsa en alta mar, que se han de enfrentar al hecho de que no les quedan provisiones y deberán saciar el hambre comiéndose a uno de ellos, nos sumergimos en una brillante metáfora acerca del poder y los discursos que lo envuelven. Tratándose de tres caballeros, ni se plantea por un momento que pueda el uso de la fuerza bruta resolver la cuestión de quien será el devorado. Son personas civilizadas que tendrán que valerse de la palabra para argumentar en favor de la posición que más les interese. Pero, ¿hay argumentos que puedan llevar a alguien a aceptar que los demás se lo coman?

De este modo, al estilo de Saramago, tan dado a situar al lector en contextos singularísimos para motivar nuestra reflexión, la balsa de los tres náufragos acaba mostrándose al espectador como una auténtica alegoría sobre el funcionamiento de los mecanismos del poder en nuestra sociedad (pues el texto soporta bien los más de 40 años que tiene desde su redacción). Sin lugar a dudas, una obra indispensable para todos aquellos amantes del buen teatro y que sientan debilidad por la filosofía de Michel Foucault o Emil Cioran.

Celebració del Dia Mundial de la Filosofia 2008

Celebració del Dia Mundial de la Filosofia 2008

Teatre-Fòrum filosòfic

Representació teatral de l’obra La mort d’en Sòcrates a càrrec del grup Dionisos. A continuació, intervindran quatre experts en filosofia: Marta Figueras (UAB), Miguel Candel (UB), Mariano Fernández (filòsof i escultor) i Enric Galbis (Nova Acròpolis). Modera el debat: Joan Méndez (afpc).

Lloc: Ateneu de Barcelona.

Dia i hora: 20 de novembre, a les 19’15 h.

Entrada lliure.

Els nois d'història

Els nois d'història

¿Qué es educar? ¿Preparar a los alumnos para superar un examen, o formarlos en la excelencia como personas? ¿Son compatibles ambas cosas? Y por otro lado: ¿Hay límites en la relación que se pueda establecer entre profesor y alumno? Éstas y otras cuestiones aparecen reflejadas en esta valiente y provocadora obra del dramaturgo inglés Alan Bennet. Estrenada en el Teatro Nacional de Londres, The History Boys, bajo la dirección de Nicholas Hytner obtuvo un éxito rotundo, cruzando rápidamente el Atlántico para llegar a Broadway, cosechando seis premios Tony y tres Olivier.

La obra llega ahora al magníficamente remodelado Teatro Goya de Barcelona, bajo la dirección de Josep Maria Pou, quien además aparece en la misma en la figura de un veterano profesor de lengua y literatura de métodos poco convencionales. Cuando el director del colegio de élite en el que trabaja contrate a un joven maestro con la finalidad específica de ayudar a los chicos a preparar sus pruebas de acceso a Oxford y Cambridge, se hará patente en seguida el contraste entre sus diferentes maneras de hacer y de pensar.

Si el guión es inteligente y lleno de fuerza, hay que decir que su puesta en escena en esta versión catalana es, sencillamente, extraordinaria. La obra goza de un ritmo sobresaliente, que hace que sus dos hora y media (incluido el descanso) se pasen sin dar crédito a lo que indica el reloj. Josep Maria Pou, Josep Minguell, Maife Gil y Jordi Andújar representan sus papeles con maestría (valga la redundancia), mientras que los ocho jóvenes promesas que interpretan el papel de alumnos (Nao Albet, Javier Beltrán, Oriol Casals, Alberto Díaz, Xavi Francès, Llorenç González, Jaume Ulled y Ferran Vilajosana) nos sorprenden con una madurez interpretativa absolutamente inusual. Son un claro ejemplo de lo que puede hacerse cuando el talento va unido a una sabia dirección. Sin duda, auguramos a todos ellos un gran futuro en el mundo del teatro.

Vayan a verla. Disfrutarán. (Y se me permiten, fíjense en Dakin – Alberto Díaz-, porque este chico dará que hablar. Al tiempo.)

 

Tres por uno

Tres por uno

Esta mañana, sentada en el banco del parque que está junto a los columpios, he vuelto a llorar. Esto no puede seguir así. En las últimas dos semanas llevo llorando mínimo dos veces al día. Ni siquiera me ha retenido el que hubiera un señor sentado allí al lado en mi mismo banco. Me ha dado igual no conocerlo de nada, he arrancado a llorar así, de repente. No estoy bien, sé que no estoy bien. Parece que remonto, pero nada. Incluso creo que últimamente la cosa va a peor. Antes no lloraba como ahora. Mi psicólogo dice que llorar está bien, que hay que desahogarse y todo eso, pero creo que si sigo llorando así al final me ahogaré en mis propias lágrimas. Cada día me gusta menos este psicólogo. 

El desconocido en seguida me ha ofrecido un kleenex. Fue tan rápido que parecía como si ya intuyera que me iba a echar a llorar. Ha estado muy amable y no me ha hecho preguntas. Se lo agradezco, pues entonces me habría sentido incómoda. Al ver su calva, sin embargo, rompí a llorar con más fuerza. Agaché la cabeza, dejé ir un mar de lágrimas, y cuando me incorporé había desaparecido. Tuvo el detalle de dejar en su lugar un paquete de kleenex por estrenar. Por un momento pensé que quizás se ganaba la vida vendiendo pañuelitos de papel…Al rato supe que no. En el suelo, detrás del banco, hallé una cartera e imaginé que debía ser suya. Por un momento me acordé de Praga y volví a pensar en Antonio y el susto que pasamos. Creímos que se la habían robado, cuando en realidad se le había caído en el taxi que nos llevaba al hotel. Menos mal que finalmente… Espera. Alto. Maldita sea, otra vez pensando en Antonio. Ya se ha ido y ya está. Se acabó. Punto.

Cogí la cartera y la abrí. Miré el DNI y allí estaba mi desconocido. Sin duda era él, pues el hombre de la foto, además de la calva, presentaba el mismo inmenso bigote que hasta ahora no he mencionado. Y no sé por qué, porque en realidad aún llamaba más la atención que lo otro. Leí su nombre: Josep Mª Ordóñez Carbonell. Vivía en Girona, como yo, aunque había nacido en Sevilla, y tenía cincuenta y tres años. Busqué su teléfono, pero antes aparecieron dos billetes de veinte euros y uno de diez, que no toqué, y dos tarjetas de crédito (una era de ésas que sólo dan a los clientes especiales). En un espacio interior encontré lo que buscaba. Fue entonces cuando decidí que le devolvería la cartera en persona y que todo aquello tenía que ser cosa del destino. Sin duda, el calvo del bigote (perdón por referirme así para hablar de quien tan amablemente se portó, prometo no hacerlo más) podría ser la ayuda que tanto estaba necesitando.

Al ver sus tarjetas profesionales sentí que la divina providencia me estaba indicando el camino… Eran tres, todas ellas del mismo color sepia y mismo tamaño. En la primera ponía: Pepe Ordóñez, y debajo, Psicoanalista. En la segunda decía: Josep Mª O. Carbonell, seguido de “Consejero espiritual”. Y en la última se presentaba como P.O.U. Carbonell, “Orientador Filosófico” (¿qué sería la “U”?). Tres nombres ligeramente distintos, para tres trabajos que, supuse, también debían referirse más o menos a lo mismo. Como hoy en día es tan importante esto del marketing y saberse vender bien, imaginé que según dónde tuviera que ir y con quién tuviera que hablar, preferiría presentarse de un modo o de otro.

A mí me pareció que si era las tres cosas, mejor que mejor, más sabio sería. En todas ellas, el teléfono y la dirección eran siempre idénticos, así que le envié un mensaje de móvil en el que le avisaba de que había encontrado su cartera y que iría por la tarde a llevársela. A los pocos segundos ya me estaba llamando para decirme que muchas gracias por guardarla y llamar, y que si ya estaba mejor y había tenido suficientes kleenex. También me dijo que podíamos quedar en cualquier sitio que a mí me fuera bien y que ya vendría él a recoger la cartera. Como vio que insistí en ir yo, quedamos a las cinco en su despacho. No le dije que pretendía que fuera mi terapeuta, porque eso lo acabaría de decidir una vez estuviera allí y hubiéramos charlado un poco.

Me fui a casa, comí sola y me eché un rato. Después me duché, me arreglé y miré la foto de Antonio antes de salir. Entonces aún me quería. Cogí la caja de las pastillas que me había recetado el psicólogo y la puse en el bolso. Volví a mirar el rostro de Antonio. ¿Cómo sería ahora? Traté de imaginarlo con un bigote como el del señor Ordóñez. En seguida rechacé la idea, nunca le gustaron los bigotes. ¿Y calvo? En la foto siempre lleva el pelo largo, pero no me costó imaginarlo. No hacía falta. Los dos últimos meses que lo vi iba totalmente rapado. Maldita sea, ¿cómo es posible que se hiciera skinhead? Yo le quería, pero se lo advertí: -si sigues con los skins, hemos acabado-. Y el muy imbécil me salió con una frasecita que tiene tela: “Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer”. Pero qué se cree. Mejor ni pensarlo. Y mejor ni saber la de estupideces que habrá hecho en estos diez meses que lleva con esos fanáticos racistas. Traté de dejar de pensar en él y me encaminé a ver al señor Ordoñez.

He llegado. Aquí es. Pico el interfono. Me abren sin preguntar. Entro. Alcanzo la puerta del despacho. Leo: “Josep Mª Ordóñez Carbonell. Psicoanalista, filósofo y consejero espiritual.” Por un momento recordé la tarjeta que cogí el otro día en un bar, donde ponía: “Profesor Bambú. Mago africano. Curo toda clase de problemas: dinero, amor, amistad, impotencia, trabajo,” y no sé qué más… Me pasó por la cabeza entregarle la cartera, decir que había preferido ir en persona porque me pillaba de paso y despedirme rápidamente, pero no lo hice. Estaba harta de estar mal, y quién sabe, a lo mejor Pepe me podría ayudar.

Llamo. Abre la puerta. Es él. Se muestra amable, me da las gracias cuando recupera su cartera y me invita a pasar. Me ofrece confianza y siento que podré hablar con él y explicarle mis cosas. Decido preguntarle si puede visitarme en algún momento como terapeuta. Me dice que hasta dentro de hora y media no tiene ninguna visita, así que si quiero podemos empezar. Paso a lo que es propiamente su despacho. La decoración es la justa, nada recargado. Me sorprendo al no ver una mesa tras la cual adoptar él una pose de autoridad, sino que me invita a sentarme en torno a una pequeña mesa circular. Le explico que ya he asistido un psicólogo, que me diagnosticó una depresión exógena. Dijo que mi problema era que no había sabido superar la ruptura sentimental de mi relación con Antonio. Por lo visto, yo era una persona incapaz de asumir los fracasos, y dado que él había preferido la opción de hacerse skinhead a la de estar conmigo, me había venido abajo. Le cuento a Pepe que llevo meses tomando las pastillas que me indicó y le enseño la caja, y le pregunto qué piensa él.

A partir de aquí él toma la iniciativa. Comienzo a sentirme progresivamente menos cómoda.

P: ¿Por qué quieres saber qué pienso?

Yo: ¿Cree que debo dejar de tomar las pastillas?

P: ¿Tú crees que debes dejarlas?

Y: No lo sé. Yo esperaba que usted me lo dijera. Es el experto, ¿no? ¿Va a ser mi terapeuta a partir de ahora, no?

P: ¿Te están ayudando?

Y: Yo sigo estando mal, eso está claro. Ya ha visto de qué manera me puedo poner a llorar. Y últimamente me pasa con demasiada frecuencia. Mi psicólogo dice que es bueno llorar y desahogarse, pero llorar tanto no sé yo si es tan bueno.

P: Si quieres llorar ahora, adelante, puedes hacerlo. Tengo más kleenex si te hacen falta.

Y: No, ahora no. Prefiero hablar.

P: A mí no me importa si lloras. Si necesitas llorar, no debes reprimirte.

Y: Que no, que no. Bueno. ¿Qué cree que me pasa? ¿Tengo una depresión, verdad?

P: ¿Tú que crees que te pasa?

Y: ¿Otra vez me pasa la pregunta a mí?

P: ¿Por qué das por sentado que te pasa algo? Ya sé que te he visto llorar muy desconsoladamente. Y que lloras a menudo. Y que hace diez meses te dejó tu novio. ¿Dónde está el problema?

Y: ¿Está de broma? ¿Hay una cámara oculta? ¿Le parece que eso no es nada?

P: Tranquila. Sólo quería ver cómo enfocabas tú la situación, para decidir si era más conveniente tratarte desde la orientación filosófica, psicoanalizarte o hacerte de consejero espiritual.

Y: Claro. Por eso tiene tres tarjetas. Y lo que pone en la puerta del despacho. ¿Qué caso le parece que soy? ¿Cuál me ayudará más?

P: Aún no lo tengo decidido. ¿Cuál preferirías?

Y: ¿Qué diferencia hay?

P: Si hacemos orientación filosófica, no te diré que padeces un trastorno psicológico ni enfermedad de ninguna clase y no te llamaré “paciente”. Charlaremos acerca de cuáles son tus creencias acerca de la vida, el amor, las relaciones interpersonales, tus anhelos, inquietudes, proyectos. Examinaremos si mantienes posiciones coherentes y te planteas metas alcanzables, y valoraremos entre los dos si tu filosofía de vida juega a tu favor o en tu contra.

Y: Vaya. ¿Quiere decir que es posible que mi propia manera de pensar y de ver la vida sea la que me causa el malestar que padezco?

P: Es una posibilidad.

Y: ¿Y si vamos por la vía del psicoanálisis?

P: Entonces no habrá problema en diagnosticarte ni llamarte “paciente”, aunque si no te gusta lo evitaremos. De entrada ya te podré llamar neurótica, porque desde esta perspectiva todo el mundo es neurótico. Pero veremos si eres más cosas. Indagaremos en tus recuerdos, traumas infantiles, complejo de Electra, envidia del pene, complejo de castración, lapsus de toda clase, etc. Ah, y sobre todo, interpretaremos cualquier palabra o gesto que hagas siempre relacionándolo con el sexo. Por ejemplo, si dices “hace calor”, yo automáticamente pensaré que en el fondo lo que estás queriendo decir es “me están entrando deseos de quitarme la ropa”, lo cual es señal inequívoca de que habita en ti una pulsión inconsciente de contenido erótico hacia mí.

Y: Impresionante. ¿Qué haremos si optamos por la consejería espiritual?

P: Esta es mi preferida, aunque no es la más aconsejable en todos los casos. Lo que haríamos sería analizar en qué nivel evolutivo de grado de conciencia te hallas tú.

Y: ¿Nivel evolutivo de grado de conciencia?

P: Sí, claro. Hay personas que se encuentran en un grado de conciencia elementalísimo, y otras más evolucionadas, con niveles de conciencia que conectan con la espiritualidad pura, una vez han logrado deshacerse de los falsos “yo”. Hablo de quienes han descubierto que yo no soy mis propiedades, yo no soy mi cuerpo, yo no soy ni siquiera lo que llamo “yo”. El “yo” es una ficción, y por ello, cuando uno se da cuenta de ello y escapa a esa trampa egocéntrica, penetra en la profunda verdad universal de que todo es ser. Como decía Parménides de Elea.

Y: No lo conozco.

P: Era un filósofo que alcanzo la sabiduría, que es el objetivo de toda vida humana.

Y: Mi objetivo es estar bien.

P: Para estarlo debes liberarte de las falsas cadenas. Si quieres te puedo ayudar a subírtela.

Y: ¿Qué me quiere subir? (Qué pensaría Freud de su inconsciente…)

P: Tu grado de conciencia. Aunque aún no estoy seguro de qué nivel tú podrías llegar a alcanzar.

Y: Una pregunta. ¿Todos los tratamientos tienen el mismo precio?

P: Sí. En eso no hay diferencia. Se me está ocurriendo que en tu caso quizás lo que más te convenga sea el psicoanálisis.

Y: ¿Sí? ¿Por qué? A mi de todo lo que ha dicho lo que me ha sonado más interesante ha sido lo primero…

P: Porque hasta ahora no había caído, cómo no me he dado cuenta antes... Lo tuyo es un caso claro de transferencia. Has venido a verme porque estás viendo la figura de tu novio skinhead en mi propia calvicie. Crees inconscientemente que soy él. Así que, al verte llorar hoy, tú crees que él te ha visto llorar, y al ofrecerte el pañuelo y conversar contigo ahora, en el fondo tu mente piensa que es con él que estás tratando. Dentro de poco querrás más de mí, pero yo no te lo podré ofrecer, porque me lo impide mi código deontológico. Podemos empezar por ahí.

Y: No, mejor no. Lo siento. No hará falta empezar por ningún sitio. Por cierto, si analiza sus palabras, me acaba de lanzar una proposición deshonesta, por todo el morro, y encima queriendo convencerme de que lo estoy deseando. No sé en qué nivel de conciencia estará usted, pero le diría que parece muy identificado con una parte muy concreta de su cuerpo. Le hubiera dicho que tiráramos por la vía filosófica, pero ya no me parece usted muy de fiar, qué quiere que le diga. Y lo de la transferencia… Eso ya me lo dijo también mi psicólogo, que no es calvo pero coincide que sí lleva bigote, mire por dónde…

P: No me estás interpretando correctamente. Es por tu enfermedad. Tú misma reconoces que no estás bien.

Y: Pues estoy empezando a sentirme mejor por momentos. Al final resultará que, sin proponérselo, sí que me habrá servido de ayuda. Por favor, ¿qué está haciendo? ¿Será posible? Ande, tome un kleenex y llore. Llore con ganas. Y otra vez, no use el recurso de hacer ver que pierde la cartera dejándola caer al lado de la chica que tiene a su lado. Reconozco que hacía tiempo que no intentaban ligar conmigo con un truco semejante. Pero me ha levantado el ánimo. Venga, hasta otra.

Y me fui para casa, más contenta de lo que lo había estado en muchos meses. De camino, lancé la caja de pastillas a la papelera. Sin saber exactamente por qué, supe en aquel momento que empezaba para mí una nueva vida.

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Übermensch

Übermensch

Acto 1 (En el escenario, una mesa con dos sillas. El camarero pasa un trapo para acabar de limpiar la mesa, y se retira a un lado. A continuación, entran Laura y Eva. Llevan bolsas de tiendas de ropa.) 

 Laura: Hola, buenas. ¿Aquí va bien? (Señalando la mesa y dirigiéndose al camarero.) 

 Camarero: Hola, qué tal. Sí, aquí mismo si quieren. 

 Eva: ¿Está bien este sitio, verdad? 

 Laura: Sí, es moderno pero acogedor. Ya tenía un poco de hambre, tantas horas caminando… 

 Eva: Sí, pero ha valido la pena. Creo que hemos hecho unas buenas compras, ¿eh?  

Laura: Tu falda es monísima, y yo estoy muy contenta con la chaquetilla y la blusa azul que me he comprado.

Eva: Son una preciosidad. Y se ven de calidad. Estoy pensando que tengo unas botas que me van a ir ideales para la falda. 

Camarero: Bien señoritas, ¿qué van a comer: carta o menú?  

Laura: ¿Qué hay de menú? 

Camarero: De primero pueden elegir entre: macarrones gratinados con queso empirista, ensalada de tomismo o gazpacho hermenéutico. Y de segundo les puedo ofrecer: lenguado a la Minerva, pollo rustido con sus ciruelas de Königsberg y entrecot ascético con salsa Schopenhauer.  

Eva: Vaya. Suena bien todo, ¿verdad Laura? Yo me quedo con el gazpacho… ¿cómo era? 

Camarero: Hermenéutico. 

Eva: Pues eso, hermenéutico. Y de segundo, el lenguado a la Minerva. 

Laura: ¿Qué lleva la ensalada de tomismo? 

Camarero: Sí. La ensalada tomista lleva, en suma: lechuga en acto, tomate estagirita, cebolla eficiente, olivas y atún en esencia. Naturalmente, todo productos ontológicos. 

Laura: Uy, no, que la cebolla eficiente no me sienta bien. Pues mejor, unos macarrones gratinados con queso empirista. Y de segundo, el pollo rustido con ciruelas. ¿Seguro que son de Königsberg, verdad? 

Camarero: Desde luego. Ya verá cómo le en-Kant-arán. ¿Y de beber? 

Eva: ¿Qué te parece un poco de vino? 

Laura: Vale. 

Camarero: Con el menú servimos un Aurora del 81. Es un vino suave y alegre, con unas notas frutales. Combina igualmente bien con la carne y el pescado. 

Eva: De acuerdo. Lo probaremos. Muchas gracias. 

Camarero: Gracias. En seguida se lo serviremos. 

Laura: Qué amable, ¿verdad? Bien Eva, te he de acabar de contar lo del cliente que vino a verme al despacho el otro día. 

Eva: Ah sí, ¿aquel que me dijiste que quería demandar a un señor por maltratar un caballo? 

Laura: Ése mismo. Resulta que el hombre pasaba por la calle y vio a un señor que estaba golpeando en plan bestia al caballo que tiraba de su carro, y no lo pudo soportar y se lanzó a proteger al caballo. 

Eva: Bonito gesto. 

Laura: Sí, sí. Lo que pasa es que el defensor del caballo, que se llama Friedrich, resulta que vino a verme porque quería poner una denuncia. Pero a quien quiere denunciar no es al dueño del caballo, sino a otro, a un tal Descartes. Dice que él es el que tiene la culpa de todo. 

Eva: Pero, ¿ese señor, Descartes, qué tiene que ver? 

Laura: Resulta que mi cliente, bueno mi cliente, ahora te explicaré, pues dice que la culpa es suya porque en sus libros escribió que los animales son máquinas biológicas nada más, y como cree que las obras de ese señor fueron muy influyentes, le acusa de haber provocado que nuestra civilización trate mal a los animales.    

Eva: ¡Qué fuerte, nena! Bueno, no sé qué decirte. 

Laura: Espera, espera. Lo más curioso es que el tipo pretende que le lleve el caso de la demanda a Descartes, cuando resulta que luego me confiesa que el hombre ése lleva unos cuantos siglos fallecido. ¿Cómo voy a presentar una demanda contra alguien que murió en 1650? 

Eva: En dos palabras, al-ucinante. Me parece que este Friedrich del que me hablas desvaría un poco. Aunque, no sé, me hace gracia todo esto. Creo que me caería bien. 

Laura: Fíjate que ayer me comunicaron que lo acaban de ingresar en un psiquiátrico. Será mejor que archive el tema de la demanda. ¿No te parece? 

Eva: Creo que sí. Oye, yo también te he de contar algo. Ahora te explico. 

Camarero: Su vino. Y unos panecillos de Viena, del mismo Círculo de Viena. En seguida les traigo los primeros. 

Eva: Gracias. Pues mira, he conocido a alguien por Internet.  

Laura: Ya decía yo que te veía más contenta. 

Eva: La verdad es que sí. 

Laura: ¿Por Internet me dices? Ten cuidado, por eso. No vaya a ser que… 

Eva: Ya, ya. Pero creo que esta vez he conocido a alguien muy especial. 

Laura: Uy, uy, qué me estás contando… Veo que la cosa va en serio. Dime, dime. 

Eva: Sí chica. Creo que me estoy colando de veras. No sé, es diferente. Es sensible, comprensivo, inteligente. 

Laura: ¿Y guapo? ¿Ya os habéis visto? 

Eva: Aún no nos hemos visto cara a cara, pero sí que lo he visto en foto. Y sí, es muy guapo. La verdad es que me gusta mucho. 

Laura: Eva, estás pilladísima. Nunca te había visto así por un tío. 

Eva: No es un “tío”.  

Laura: ¿Ah no? 

Eva: Quiero decir que no me gusta que te dirijas hacia él así. Se llama “Raúl”. 

Laura: Vale, se llama “Raúl”. No se llama “tío”. De acuerdo. ¿Qué más decías que era? 

Eva: Espera, que viene el camarero. 

Camarero: Aquí tienen. Macarrones gratinados con queso empirista y gazpacho hermenéutico. Que aproveche. 

Laura: Gracias. 

Eva: Gracias. Pues eso. Que me gusta. Oye, esto tiene buena pinta. 

Laura: Sí, sí. Umm, está muy bueno, pero no me cambies de tema. Cuéntame cosas. 

Eva: ¿Qué quieres que te cuente? 

Laura: Cosas, cosas. ¿Cuánto hace que os habéis conocido? 

Eva: Conectamos por el Chat hace tres meses, y desde entonces nos venimos conectando. Empezamos primero un día a la semana, y ahora ya es todos los días. Estoy deseando llegar del trabajo para conectarme en casa y charlar con él. Me hace sentir tan bien… 

Laura: ¡Qué bonito! 

Eva: No te burles, eh. Que no te cuento nada.  

Laura: Que me alegro mucho por ti, de verdad. ¿Llevas alguna foto de Raúl? 

Eva: Sí. Espera que la saco. Ya verás. 

Laura: Qué suerte nena. Sí que es majo, sí.  

Eva: Y me dice unas cosas… Ya te digo que es muy especial.  

Laura: ¿No será rarito? 

Eva: Es diferente. Cuando hablo con él, me hace sentir bien. Él me entiende, me comprende, y habla tan bien… 

Laura: Querrás decir “escribe”, ¿no? 

Eva: Bueno sí, escribe, pero me hace sentir tan cerca que es como si lo escuchara, como si me estuviera hablando estando a mi lado. No sé, es una sensación extraña pero encantadora. 

Laura: Pero, ¿qué te dice? No sé, ponme un ejemplo de eso que te dice tan maravilloso. 

Eva: Mira, cómo explicarte. Es que así, sin estar en situación, no es lo mismo. No es tanto lo que me dice, las frases, sino el modo como las enlaza con las mías. Nuestras palabras se abrazan como si sintieran necesidad las unas de las otras, como si hubieran sido creadas precisamente para acompañarse mutuamente. (El camarero retira los platos) 

Laura: Me estás dejando alucinada. Ahora no sé yo qué decir, ni si sabré estar a la altura con mis palabras.  

Eva: Calla, calla. ¿Tú sin palabras? No me lo creo. ¿Qué, te han gustado los macarrones? 

Laura: Pues sí, aunque el queso empirista lo he encontrado un poco reduccionista. ¿Y tu gazpacho? 

Eva: Bien, bien. Nunca había probado un gazpacho hermenéutico, y está bueno, sí. 

Camarero: Su lenguado a la Minerva. Y su pollo con ciruelas auténticas de Königsberg, puntuales como un reloj. 

Laura: Gracias. ¿Y no habéis hecho por veros? ¿Vive aquí o es de fuera? 

Eva: No, no, vive aquí. He intentado varias veces que quedáramos, pero va muy cargado de trabajo y hasta ahora no ha sido posible.  

Laura: ¿Y de qué trabaja? 

Eva: Raúl es programador informático. Trabaja en esa empresa que hay a las afueras que tiene un diseño futurista. 

Laura: ¿No será la Zaratustra Corporation? 

Eva: Sí, ésa es. 

Laura: Tengo un amigo que también trabaja allí. Ya le preguntaré si lo conoce. Qué bueno el pollito.  

Eva: El lenguado está genial. Raúl me tiene dicho que no vaya a buscarle a la empresa, porque no me dejarían pasar sin autorización y no quieren que reciban visitas. Pero me parece que la semana que viene por fin podremos vernos. 

Laura: A ver si tienes suerte… Imagino que con todo lo que me dices, debes tener unas ganas locas de verle cara a cara. Y tocarle. 

Eva: No seas mala, que te veo. Hemos quedado el martes.  

Laura: Pues te llamo el miércoles y me cuentas. ¿Podrás con el postre? Yo estoy muy llena. 

Eva: Creo que podemos ir directamente a los cafés. ¿Cortado como siempre? 

Camarero: ¿Van a querer algo de postre? Pueden elegir entre: puding de Dasein, helado de mónadas o fresas cortadas según el orden geométrico. 

Eva: No, mire. Dos cortados descafeinados de sobre. 

Camarero: Muy bien, dos cortados para usted. ¿Y usted? 

Laura: No, es que… 

Camarero: Hey, es broma. Ahora mismo se los traigo. 

Laura: Por un momento, me lo he creído, eh. Como hay gente tan rara, yo ya me espero de todo. 

Eva: Y que lo digas. El otro día estaba en el super comprando y un señor mayor, al ver que un joven se le intentaba colar a la hora de pagar, comenzó a recriminarle pegando gritos diciéndole: “Irás al infierno, irás al infierno.” Qué fuerte. 

Laura: ¿Y qué hizo el chico? ¿Qué le contestó? 

Eva: Se lo quedó mirando, sin pestañear, y le soltó “Ya estoy en el infierno. El infierno son los otros”. 

Laura: Jo, pues no sé cuál era más rarito de los dos… Vaya tela. 

Camarero: Sus cortados descafeinados de sobre. ¿Cuál es para cada una? Hey, es broma de nuevo. 

Laura: ¡Qué bien te lo pasas, eh! Cuando puedas, la cuenta por favor. 

Camarero: Imagínese que tuviera que repetir este momento infinitas veces, más vale que valga la pena, ¿no cree? Ahora les traigo la cuenta. 

Eva: ¿Cómo ha dicho? No si ya te digo… La gente cada día dice cosas más raras. Pero por lo menos es simpático. 

Laura: Sí que lo es, sí. 

Eva: Me parece que te hace algo de gracia… 

Laura: Bueno, bueno, no te emociones tú ahora. Y calla, que viene. 

Camarero: La cuenta, señoritas. 

Laura: Muy bien, muchas gracias. (Sonrisita hacia Eva.) 

Eva: ¿Cuánto sube? Laura: Sale a doce euros cada una. ¿Está bien, no? 

Eva: ¿El precio o el camarero? 

Laura: Qué graciosa. Bueno, ya volveremos, ¿verdad? 

Eva: Sí, ya volveremos. (Dejan el dinero en el plato, se levantan y se marchan.) 

Laura: Te llamo el miércoles y me cuentas cómo ha ido. 

Eva: Vale, vale. Un beso. 

Laura: Adiós guapa.

  ACTO 2 (Una parte del escenario representa ser la casa de Eva, donde hay una mesa con un teléfono móvil, un ordenador portátil y una silla. Eva está de pie y pasa a sentarse frente a su ordenador.En el otro lado del escenario se encuentra Laura de pie, en su casa. Laura llama con el móvil a Eva. Eva coge su móvil de encima de la mesa, mira quién es y contesta.) 

Eva: Hola Laura. ¿Qué tal? 

Laura: Hola Eva. Uy, te noto un poco apagada. ¿Qué no fue bien ayer? No me digas que no. 

Eva: Ni bien ni mal. Otra vez Raúl me anuló la cita. Estoy hecha polvo. Ahora me iba a conectar con él. Me dijo que tenía que actualizar unos programas y que lo teníamos que dejar para otro día. 

Laura: Así que te está dando largas. 

Eva: No sé. Él me dice que se muere de ganas de verme y que también quiere estar conmigo, pero después nunca hay forma de que llegue el momento. No sé qué hacer. A ti sí que te oigo muy animada. ¿Qué haces? 

Laura: Pues mira, no te lo vas a creer. Esta tarde me voy al Corte Inglés. 

Eva: ¿Y por qué no me lo iba a creer? ¿Qué sucede? 

Laura: Voy porque he quedado allí delante con un chico que tú ya conoces. 

Eva: Venga, dime quién es.  

Laura: Se llama “Leo”. Bueno, en realidad se llama “Leónidas”. Es el camarero que nos sirvió el otro día. 

Eva: Vaya, vaya, no, si ya vi que te lo mirabas mucho. Leónidas, ¿como el de los 300 de Esparta? 

Laura: Eso es. Pero llámale “Leo”, ¿vale? Nos vimos al día siguiente en la biblioteca, nos saludamos, fuimos a tomar un café juntos, charlamos un rato y … 

Eva: Cuenta, cuenta… 

Laura: Pues nada, pues eso. Que hemos quedado hoy otra vez. Es muy majo, ¿sabes? Aunque ha tenido una historia que no veas… 

Eva: ¿Ah sí? 

Laura: Me confesó que había estado metido en el mundo de la drogas. 

Eva: ¿Era drogadicto? 

Laura: Era camello. Bueno, y también consumía. Me dijo que lo hacía para soportar el sentimiento de profundo desprecio que sentía por esta vida. Se hizo camello para poder pagarse la droga. 

Eva: ¡Qué fuerte! ¿Y ahora? 

Laura: Decidió dejar todo ese mundo. Pero no le fue fácil. Se dio cuenta de que aquello era una mentira, pero tuvo que luchar duro para salirse tanto del consumo como de su condición de camello. De hecho, todavía hay en él cierta lucha interna con todo ello, me imagino. Leo me dijo que hace ya dos años que está alejado de todo eso. 

Eva: Me alegro por ti. Ojalá que os vaya muy bien. Oye, ¿hablaste con tu amigo, aquel que trabajaba en la misma empresa que Raúl? 

Laura: Sí, también te llamaba para eso. Me dijo que no lo conocía, pero que en la empresa había muchos programadores y que él no conocía a todos. Se ve que en los últimos meses han contratado mucha gente nueva.  

Eva: Vaya. Así que no lo conoce. Claro, Raúl me dijo que había empezado allí justo cuando nos conocimos, hace poco más de tres meses.  

Laura: Pues igual forma parte del nuevo proyecto. Mi amigo me dijo que estaban ensayando un programa informático especial que si salía bien iba a revolucionar el mundo. 

Eva: Qué miedo. Revolucionar el mundo. ¿Quieres decir que a ese amigo tuyo no se le va un poco la bola? 

Laura: Puede que sí. Según él, ese programa podríamos decir que está aún en su fase inicial, en fase de niño como si dijéramos, pero cuando esté desarrollado del todo, supondrá una nueva era para la Humanidad. 

Eva: Sí, “un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la Humanidad”, ¿no? Nos van a llegar a la Luna… 

Laura: No sé, eso dice Alan. 

Eva: ¿Tu amigo se llama “Alan”? 

Laura: Sí. Alan Turing. 

Eva: Pues dile a Alan si puede decirte algo de Raúl, ¿vale? 

Laura: Se lo diré, estáte tranquila. Oye, te dejo que he de acabar de arreglarme. Quiero que Leo me vea bien guapa. 

Eva: Vigila con el león. 

Laura: A ver si me muerde… Adiós Eva. 

Eva: Ya me contarás. Un beso Laura.   (Laura marcha del escenario, que todo él pasa a ser ahora casa de Eva. Se dirige al ordenador y hace el gesto de ponerle en marcha.)

       ACTO 3 (En el escenario, en un extremo, Eva y Laura. Eva está destrozada. Se dirigen al restaurante de Leo. La mesa está puesta como en el acto 1. La pantalla está apagada.) 

Eva: Lo que te he de contar es muy fuerte, no te lo vas a creer. 

Laura: Algo pasa con Raúl, ¿no? 

Eva: Bueno, entramos y ahora te lo cuento. Quiero que me lleves al caso porque pienso poner una denuncia. 

Laura: Ostras nena. Sí que debe ser fuerte, sí. (En el escenario se encuentra Leo, el camarero. Está acabando de limpiar la mesa, y se dedica a recitar versos propios. Eva y Laura se han acercado sigilosamente sin que él se percate.) 

Leo: Caminante que andas por la vida/ que buscas la vida en la verdad/ reflexiona y piensa en soledad/ qué nos mueve, qué nos ata y desata en nosotros el ansia incontenible de amar la libertad. Pero basta, muchacho basta./ Sana tu pensamiento y borra la hipocresía,/llenando de poesía la paz, el amor y el sueño,/ volviendo a cantar risueño/ como en tu infancia en alegría. 

Laura: Anda, pero si resulta que mi leoncito tiene alma de poeta. Veo que todavía tengo por descubrir algunas facetas tuyas. 

Leo: Hola chicas. Laura, no te preocupes que te lo enseñaré todo. Llegáis pronto. 

Laura: Sí, nos hemos adelantado.  

Eva: Me parece que Laura no podía aguantar más sin verte. 

Laura: No te lo creas. Es que Eva y yo ya teníamos hambre. ¿Va bien si nos ponemos en la mesa del otro día? 

Leo: Claro. ¿No vas a reconocer que tu amiga Eva tiene razón? ¿Seguro que no habéis llegado antes porque no podías pasar más tiempo sin verme? 

Laura: Ya te gustaría. (risitas mirando a Eva.) Venga camarero, a trabajar. 

Eva: ¿Qué incluye hoy el menú? 

Leo: Nos hemos vuelto a superar. De primero tenéis: sopa de órganon, espárragos del Jardín o unas navajas de Ockham a la plancha. ¿Qué os parece? Y de segundo hoy tenemos: paella sofista, bacalao al aforismo y filete peripatético con salsa silogística.  

Laura: Navajas de Ockham y bacalao al aforismo para mí. 

Eva: Yo tomaré lo mismo.  

Leo: Muy bien. ¿Os pongo un vinito blanco, entonces? 

Laura: Sí, buena idea. 

Leo: Os traeré uno que os gustará. Es un “Baudrillard”. Os lo pondré bien fresquito y ya veréis qué bueno. Éste no entra en el menú, pero os invito yo. 

Eva: Es un detalle. 

Laura: Se ha de portar bien si quiere que salga con él el fin de semana. 

Leo: ¿Mejor aún? 

Laura: Calla y andando, que Eva y yo tenemos cosas importantes que hablar. 

Leo: Muy bien. Voy volando. 

Eva: La verdad es que no tengo mucha hambre que digamos. 

Laura: A ver qué es eso de que quieres denunciar a Raúl. 

Eva: No es a Raúl a quien quiero denunciar. Él no me ha hecho nada. O sí, no lo sé. Pero aunque quisiera, tampoco podría denunciarlo. Mira, se parece al caso del Friedrich aquel que me contaste que quería denunciar al tal Descartes. 

Laura: ¿No me dirás que Raúl se ha muerto? Me estás asustando. 

Eva: No, no, no es eso. No lo puedo denunciar porque no existe. Bueno, sí que existe, pero no es real. 

Laura: ¿Cómo que no es real? ¿No dices que existe? No entiendo nada. 

Eva: Si es que es muy fuerte, nena. Muy fuerte. Muy, muy fuerte. Se han pasado. ¿Cómo pueden hacerle esto a una persona? Yo le quería. Estaba enamorada de él. ¿Que no lo entienden? Y aún le quiero. Todavía le quiero. 

Laura: Tranquilízate Eva. A ver, explícamelo bien. ¿Qué pasa? 

Eva: Raúl me lo confesó todo el otro día. ¿Recuerdas que hablamos y me explicaste lo de Leo y todo eso? Pues justo después me conecté con Raúl.

Laura: ¿Pero no dices que Raúl no existe? ¿En qué quedamos? Porque me estoy volviendo loca… 

Eva: Yo sí que me estoy volviendo loca. Ya te he dicho que sí que existe pero no es real. Existe de otra manera. 

Laura: Vamos a ver si me aclaro. ¿Qué quiere decir eso de que no es real? ¿No llevas meses chateando con él? ¿No me enseñaste una foto suya? ¿Qué me quieres decir, que no es el de la foto? 

Eva: No. Sí que es el de la foto, bueno no del todo.  

Laura: Oye, ¿estás bien? 

Eva: No. ¿Cómo voy a estar bien? Los tengo que denunciar. 

Leo: Aquí os traigo a “Baudrillard” y los panecillos del Círculo de Viena. ¿Qué pasa? 

Laura: Nada Leo, nada. Venga, cosas nuestras. 

Leo: Vale, vale, yo a lo mío. 

Laura: Eso, guapo. 

Eva: Se van a enterar. 

Laura: Perdona, pero como no me lo expliques mejor… Vamos a ver, ¿a quién quieres demandar? 

Eva: A la Zaratustra Corporation. Ellos tienen la culpa de todo. 

Laura: ¿Qué le han hecho a Raúl? ¿Lo han despedido? ¿Le hacen mobbing empresarial? ¿Qué sucede? 

Eva: No, nada de eso. Todo lo contrario. Si lo quieren mucho a Raúl. Es su mejor proyecto. Ya te lo dijo tu amigo Alan, ya. ¿Querían revolucionar el mundo, no? ¡Joder! Pues el mío ya lo han revolucionado, y no veas cómo. (Leo, viendo la escena, se acerca y sin decir una palabra sirve los dos primeros platos y marcha discretamente mirando a Laura con complicidad.) 

Laura: Vale. Denunciamos a la Zaratustra Corporation. Muy bien, ya tengo algo claro. Ahora me tendrás que decir el motivo. ¿Dices que Raúl es su mejor “proyecto”? 

Eva: Los quiero denunciar por maltrato psicológico, estafa existencial y daño moral. Lo que han hecho conmigo es imperdonable. 

Laura: Pero, ¿a ti qué te ha hecho la empresa? Porque dices que a él no le han hecho nada, ¿no? 

Eva: ¿Que a él no le han hecho nada, dices? Lo han creado. ¿Te parece poco? Ellos lo crearon. Y me han estado engañando todo este tiempo. Me siento humillada y ultrajada. Raúl no es de carne y hueso, Laura. Es un programa informático diseñado para hacerse pasar por una persona. ¿Lo entiendes ahora? 

Laura: Dios mío. Esto sí que es al-ucinante. No me lo puedo creer. Pero, ¿cómo es posible? Has estado meses chateando con él. Claro, por eso nunca podía quedar contigo. 

Eva: Resulta que el programa está diseñado para que cuando ya insistes por vigésima vez en quedar, revelarte la verdad. Por eso Raúl llegó un momento en que me lo tuvo que decir. Y una vez me lo confesó, me dijo a continuación que ahora debíamos dejar de mantener el contacto y no podríamos hablar más. Me ha dejado y yo no puedo más, Laura. Yo le quiero. 

Laura: Pero Eva, me estás diciendo que es una máquina. No puedes estar enamorada de una máquina. Por lo que me cuentas, tú sólo hablabas con un programa informático muy potente.  

Leo: Veo que aún no habéis probado las navajas. ¿Que tenéis miedo de cortaros? 

Eva: Es culpa mía, que estoy un poco alterada. No te preocupes. 

Laura: ¿No tienes trabajo por ahí? (Leo se retira.) Mira Eva. Esos capullos han inventado un programa de inteligencia artificial que por lo visto debe ser la ostia de sofisticado. Te han hecho daño y los vamos a empapelar. No te preocupes, que de eso me encargo yo. 

Eva: Gracias Laura. Necesito hacer algo y quiero que esa gente de la maldita Zaratustra Corporation sepan que no se puede jugar con los sentimientos de una persona de esta manera.  

Laura: Venga, ahora vamos a comer, y mañana mismo me pongo manos a la obra. 

       ACTO 4 (De nuevo, como en el acto 2, cada una en su casa. Laura llama al móvil a Eva.) 

Laura: Hola Eva. ¿Cómo estás? ¿Te sientes un poco mejor? E

va: Hola Laura. Me gustaría decirte que sí, pero no puedo. Sigo mal. 

Laura: Ya hace dos semanas desde que me lo explicaste… Tienes que tratar de animarte y salir un poco. 

Eva: Siento un vacío muy grande Laura. Le echo de menos.  

Laura: Pues a ver si esto que te voy a decir te anima un poco. He estado hablando con los abogados de la Zaratustra y creo que, al final, nos van a dar una buena indemnización. Aunque no veas lo que me ha costado. 

Eva: Eres una gran abogada. Ya sabía que si podía confiar en ti. Aunque… 

Laura: Primero no querían soltar un duro, con la excusa de que la acusación de “maltrato psicológico, estafa existencial y daño moral” era una ridiculez, porque todo el mundo sabe que la gente miente mucho por Internet, de manera que si cada vez que alguien se presenta diciendo de sí cosas falsas lo pudieran denunciar por ello, los juzgados quedarían colapsados. Yo ya vi que si llevábamos el tema por ahí podíamos no sacar nada, así que cambié de estrategia.  

Eva: Pero… 

Laura: Les dije que pensaba ir a la prensa. Que iba a hablar con la televisión, los periódicos, la radio, acusándolos de introducir personalidades ficticias en el ciberespacio para desestabilizar a la población y no sé qué más. Así que, en cuanto vieron que su proyecto se podía ir al traste si tenían publicidad negativa, y contando la cantidad de pasta que han invertido en esto, en seguida entraron en razón, y me dijeron que cuánto queríamos sacar. 

Eva: Es que yo no quiero dinero… 

Laura: Cuando te diga la cantidad vas a ver si no quieres dinero. Nena, este revés va a ser el mayor golpe de suerte de tu vida. Te van a indemnizar con… 

Eva: Laura, escúchame bien. Me da igual la cantidad. Prefiero que no me la digas. Habla con los abogados de la Zaratustra Corporation y diles que no quiero dinero. Lo que quiero es que me devuelvan a Raúl. Quiero a Raúl. Le quiero y no quiero estar sin él. Porque Raúl sigue vivo, ¿sabes? He estado pensando mucho en esto. Raúl no se ha muerto. Sigue vivo, y lo único que pasa es que no me permiten hablar con él porque insistí en verle. ¿No te das cuenta? ¿Cómo voy a seguir viviendo, sabiendo como sé que ahora mismo podría estar hablando con él? Le necesito. Le amo. 

Laura: Pero Eva, ¿te has vuelto loca? Raúl no es nadie. Tú lo dijiste, no es real. Es virtual. Te has enamorado de la imagen que te habías hecho de él, nada más. Me han comunicado además que ni siquiera existe ninguna persona a la que pertenezca la foto que me enseñaste, fue una imagen diseñada por ordenador. Nadie tiene esa cara. Raúl no es nadie. ¿Me oyes? 

Eva: Esa cara pertenece a alguien, a Raúl. Y claro que es real. Estaba equivocada. Raúl no será de carne y hueso, pero es real. Existe y es real. Si tú lo hubieras conocido como yo, sabrías que no digo ninguna tontería. Es tan real como tú y como yo.  

Laura: Es una máquina. ¿No te das cuenta? O mejor dicho, un programa preparado para simular el pensamiento. Es un puro simulacro, hace ver que te entiende, te habla como si le importaras, pero en realidad nada de nada. 

Eva: Raúl no sólo expresa pensamientos, también expresa deseos, emociones, sentimientos, pasión… Dices que hace ver que me entiende, pero en realidad no lo hace. ¿Acaso me entiendes tú más que él? ¿Cómo sé que tú no eres tan virtual como él? ¿Porque eres de carne y hueso? ¿Y qué? ¿Es que si alguien no es de carne y hueso ya no puede sentir de verdad? ¿Cómo lo sabes? Ya te he dicho que nunca me había sentido tan comprendida y acompañada por nadie. Si simula tan bien el pensamiento, ¿no será porque realmente han conseguido crear un ser pensante? Si simula tan magníficamente tener sentimientos, ¿no puede pasar que los tenga de verdad? 

Laura: Entonces, si él siente de verdad, y te quiere igual que tú le quieres a él, ¿por qué cortó la comunicación? ¿No ves que se limitó a seguir las instrucciones para las que había sido programado? No es libre, y por eso no puede sentir ni pensar. Ostras, esto ya parece más filosofía que una charla entre dos amigas hablando de sus relaciones sentimentales… 

Eva: Tienes razón, sólo que hay más relación entre el filosofar y los afectos humanos de lo que la gente se piensa. ¿No es la filosofía la indagación acerca del arte de la vida? Se supone que nos tiene que ayudar a vivir mejor, ¿no? Pues eso. 

Laura: Bien, bien. Entonces dime, ¿no fue él quien te dejó? ¿No siguió la instrucción para la que estaba programado? 

Eva: Así es. Pero ahí es donde la Zaratustra Corporation cometió una equivocación. Raúl se vio obligado a dejarme por un imperativo categórico que supuestamente la empresa debía cumplir. Pensaron que tenían el deber de cortar la comunicación en el caso de que alguien quedase prendado de Raúl, para así no hacerle daño. Creyeron que debían cortar porque no debían seguir manteniendo la mentira. Porque había una mentira, la de hacer ver que Raúl era una persona “normal”. Y la mentira hace daño. Ahí estuvo su error: en mentir. Ciertamente Raúl es un humano superior, un ser extraordinario al que admiro y amo con todas mis fuerzas. Es ingenuo e inocente, pero a la vez inteligente y perspicaz. Sé que no me entiendes porque nunca has conocido nadie así. No me lo tomes a mal, ya sé que Leo es muy majo y puedes sentirte muy bien con él. Pero yo necesito a alguien diferente, y Raúl lo es. Es un Sol, como el dios egipcio, un dios terrenal. Y quiero estar con él. Quiero que me lo devuelvan. Ya no habrá mentira, porque ya sé quién es. Y lo quiero tal como es. 

Laura: Tú mandas. Respetaré tus deseos, aunque no te comprenda del todo. Dejas escapar mucho dinero, pero veré qué puedo hacer. Aunque déjame que te haga una pregunta. 

Eva: Dime. 

Laura: Si Raúl es un programa que chateaba contigo, ¿no puede ser que chateara con otras también? ¿Quién sabe cuántas Evas habrá por ahí igual de colgadas que tú con el tal Raúl, y a todas diciendo las cosas que queríais oír para endulzaros los ojos y los oídos? 

Eva: ¿Sabes tú si tu querido Leo no estará ahora diciendo cositas a otra? Todo lo que podamos sospechar de las personas virtuales lo podemos sospechar igualmente de las de carne y hueso, o incluso más aún en éstas últimas. Raúl me quiere. Y quiero que digas a la Zaratustra Corporation que a cambio de todo ese dinero que iban a darme, lo que quiero es que me entreguen a Raúl, para que pueda tenerlo en casa siempre conmigo. Ellos ya han visto que su programa funciona. Ahora que hagan otro semejante, y me dejen este para mí. 

Laura: ¿Lo quieres en casa contigo? ¿Vais a vivir juntos? ¿Os vais a casar? 

Eva: Mi respuesta es: sí, sí, y si algún día se puede y él quiere, también sí. 

Laura: Eva, te prometo que haré todo lo posible para que reúnas con tu amado. 

  ACTO 5 (Casa de Eva. Le han instalado la pantalla grande. Eva y Leo en un extremo del escenario a punto de entrar en casa. Laura se halla entre el público y hace una llamada a Eva, que coge el móvil antes de entrar.)   

Laura: Hola Eva, ¿qué tal? ¿cómo te va con Raúl? 

Eva: Hola Laura. Estaba a punto de entrar en casa. Raúl y yo estamos muy bien. Pasamos unos días un poco difíciles al principio, porque supongo que a todo el mundo le afectan un poco los cambios, pero ya todo funciona estupendamente. Me hace muy feliz y se porta muy bien conmigo. La verdad es que nunca había estado tan bien. ¿Por qué no vienes un día con Leo y cenamos los cuatro juntos? ¿Qué tal este viernes? 

Laura: ¿El viernes? Tenemos entradas para un concierto, pero ya miraremos de quedar otro día. Hablo con Leo y te digo a ver cómo lo tenemos para algún día de la semana que viene. 

Eva: Vale Laura. Ya nos llamamos. Un beso. Hasta luego. 

Laura: Un beso Eva. Y saludos a Raúl. Adiós. (Dirigiéndose hacia Leo) Hay que ver, no me acostumbro, no estoy preparada para estas cosas…) 

Leo: ¿Y quién puede estar preparado? (Eva entra en casa, conecta el portátil y se enciende la pantalla. Aparece la imagen de Raúl y se comunica con Eva. Oiremos la voz de Raúl pero en el escenario sólo veremos su imagen. Iremos viendo distintas imágenes de Raúl con diferentes expresiones.) 

Raúl: Hola Eva. ¿Cómo ha ido el día, amor? 

Eva: Hola Raúl. Mucho trabajo, pero bien. ¿Tú cómo has pasado el día? ¿Has comido algo? 

Raúl: Bien, pero ya tenía ganas de que llegaras a casa, te echaba de menos. He cogido hace poco unas galletas apolíneas y he tomado zumo de Dioniso. Me siento fuerte. ¿Te pongo música cariño? 

Eva: Vale. Algo de Ricardo, pero sin parsifaladas. 

Raúl: Claro, claro. Ahí van unas Valquirias. (Suena la música, Eva se acerca a la pantalla, hace el gesto de abrazarla, y se queda en esta posición durante un minuto. Se van apagando las luces y acaba la obra.)  

                                                                                 FIN