El subjetivismo cartesiano y la filosofía moderna
A menudo se habla de Descartes no tan sólo como una de las mayores figuras del racionalismo del siglo XVII, sino también (y más importante) como el padre de la filosofía moderna. En este sentido y si la consideración es correcta, podríamos decir que el pensamiento cartesiano supone un momento culminante en la historia de la filosofía, hasta el punto de que ésta tendría un antes y un después respecto a este autor. Y es que, ciertamente, la filosofía cambió después de Descartes, del mismo modo que experimentó una gran transformación la filosofía griega después de Sócrates (por eso llamamos "presocráticos" a todos los pensadores anteriores a este filósofo).
Se podría argüir que esto mismo es aplicable a todos los grandes filósofos, en tanto que han marcado la historia del pensamiento de tal manera que la posteridad no ha podido filosofar sin referirse a ellos y, por lo tanto, les ha de tener siempre en cuenta. La objeción es válida, pero sólo a medias. Hay filósofos, y Descartes es uno de ellos, que destacan no sólo por las soluciones que dieron a determinados problemas, sino también por el fundamento filosófico que utilizaron a la hora de enfrentarse a dichos problemas. La verdadera originalidad de Descartes está en el nuevo fundamento filosófico que implantó. Veamos por qué.
En la filosofía anterior a Descartes, la existencia del Mundo no es cuestionada. De hecho, el filósofo que podríamos llamar "pre-cartesiano" parte del Mundo que tiene ante sí, queda perplejo cuando lo contempla y, finalmente, trata de comprenderlo. Así, la primera realidad con la que se encuentra el pensador es el Mundo, y la labor filosófica consiste en clarificar en qué consiste este Mundo que tengo ante mí y cuál es la mejor forma de vivir en él.
Con frecuencia, para explicar la realidad que nos rodea, los filósofos han manifestado la idea de que este Mundo no es más que una copia o sucedáneo de otro superior y perfecto, o bien lo han divinizado o lo han visto como el escenario en el que Dios va trazando su Creación. Se discute si el Mundo es de esta o de aquella manera, pero no si éste existe o no; el Mundo es el principio de toda reflexión, incluso de aquellas que apuntan hacia el propio sujeto. Dicho de una manera más técnica, la reflexión filosófica pre-cartesiana se centra en el objeto, y no en el sujeto.
Lo que destacará en Descartes será la instauración del subjetivismo. Según nos dice este pensador, no se puede fundamentar la filosofía en el Mundo, porque quién sabe hasta qué punto los sentidos me engañan y si algo de lo que veo es plenamente real. ¿Cómo puedo saber si aquello que veo, escucho, huelo... no es tan sólo una fantasía que algún genio me hace ver y sentir únicamente para reírse de mí? Ya no se trata de que los sentidos me puedan engañar en determinadas circunstancias haciéndome ver una cosa diferente de cómo es en realidad (por ejemplo, cuando meto un palo en el agua y parece que la parte sumergida se ha doblado en comparación con la que ha quedado fuera), sino que todavía es más grave: ¿cómo sé que no es una absoluta fantasía toda mi vida sensorial?
La incerteza de los datos de los sentidos (Una mente maravillosa), junto con la dificultad que existe a veces para distinguir la vigilia del sueño (La vida es sueño, Abre los ojos), los errores que a veces cometemos al razonar, más la famosa Hipótesis del Genio Maligno (Desafío total, The Game, Matrix, El show de Truman) alimentarán en Descartes una Duda Metódica que será definitoria de un tipo de escepticismo que, a diferencia del de Pirrón de Elis o Sexto Empírico, tratará en esta ocasión de autosuperarse para alcanzar una primera verdad que sea absolutamente irrebatible.
¿Dónde encontrará Descartes esa verdad? Una vez ha desechado que ésta pueda proceder de fuera, puesto que todo lo que le envuelve es incierto (con lo que se desmarca de posiciones empiristas), la única posibilidad de salir de esa duda hiperbólica residirá en ser capaz de dar con una verdad intuitiva de carácter evidente, un enunciado claro y distinto que cumpla así la condición exigida por la primera regla que nos enuncia en su método. Dicha verdad sólo podrá encontrarse en el propio sujeto, en el propio yo: puedo dudar de todo, pero no de que estoy dudando; este yo que está dudando y pensando existe. Todo puede ser falso, pero yo, que estoy considerando que todo puede ser falso, no puedo serlo. El cobrar conciencia de mi propio dudar asegura la realidad de mi propio ser: "pienso, luego existo" (cogito, ergo sum).
Los siguientes pasos que dará Descartes serán resumidamente: diferenciación entre res cogitans y res extensa, afirmación de las ideas innatas y demostración de la existencia de Dios (res infinita), presentación de Dios como garantía de conocimiento en cuanto a lo que nuestra razón nos pueda mostrar con claridad y distinción (pues la bondad y omnipotencia divina no permitirían que toda nuestra vida obedeciera a una falsificación), y a continuación reconocimiento de la objetividad de las cualidades matematizables del mundo físico, que será explicado en términos puramente mecanicistas.
Si bien la filosofía posterior adoptará un punto de partida filosófico subjetivista en la línea cartesiana (de modo que a partir de él todo filósofo se deberá enfrentar al reto de cómo superar el solipsismo para poder afirmar la existencia de una realidad objetiva), la mayor parte se alejarán de las soluciones que proporciona el racionalista francés y tratarán de hallar sus propias respuestas, dándose así propuestas de todo tipo: panteísmo de Spinoza, monadología de Leibniz, empirismo antimetafísico de Hume, trascendentalismo kantiano, idealismo absoluto hegeliano, utilitarismo milleano, fenomenología de Husserl, existencialismo de Sartre, personalismo de Mounier, etc. No obstante, todos tendrán en común en reconocer el lugar absolutamente central que debe ocupar el sujeto como eje fundamental de toda reflexión filosófica.
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