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Filosofía para todos

Aristóteles (DI)

Aristóteles (DI)

En el patio del Liceo, un día como ningún otro...


P: Bien, no está mal tu escuela, he de reconocerlo. Algo pobres el gimnasio y la sala de ordenadores, pero no está mal. De todos modos, no sé por qué te has empeñado en construirla, habiendo ya la mía.

  

A: ¿No te habrá sabido mal? En la tuya se hace una buena labor, pero desde que te marchaste ya no es lo mismo. Ese sobrino tuyo es un poco especial, ¿sabes? Además, así la gente tiene dónde elegir, y cuantos más centros educativos haya en Atenas, mejor ¿no?


P: Sí, sí, claro. Mucho mejor. ¿Quién iba a dudarlo? Claro que sí. ¿A usted qué le parece, maestro?


S: Que todo esto está muy bien, pero lo veo un poco pomposo para mi gusto. Yo bien que enseñaba y no necesité nunca de tanta instalación y tanto dispendio.


A: Los tiempos cambian abuelo, debe entenderlo.

  

S: No sé, no sé. Temo que provoquéis que la búsqueda del saber deje de ser una experiencia de vida, para convertirse sólo en el aprendizaje de vuestras teorías.

 

P: Puede estar tranquilo. No es ésa nuestra intención. En mi escuela no es obligatorio coincidir plenamente con mi pensamiento, se admite el pluralismo.


A: Recuerdo largas veladas académicas discutiendo diversos aspectos de tu teoría de las Ideas. Estabas tan orgulloso de ella, de cómo decías haber conciliado la concepción heraclítea del cambio con el inmovilismo de Parménides, el formalismo pitagórico y el objetivismo ético del aquí presente...


P: Es cierto. Hice una gran contribución, modestia aparte, con dicha teoría. Tiene algunos problemillas, es verdad, pero ofrece un marco explicativo sistemático y apropiado para entender mejor tanto lo humano como lo divino. Sigo pensando que es, en lo esencial, verdadera. Supongo que aquí tus paseantes reciben buena instrucción de la misma. Me disgustaría mucho que no fuera así, porque me imagino que no habrás creado otra escuela para ir ahora en favor de esos desagradables sofistas, cuyo relativismo y falta de amor por la auténtica filosofía es desesperante.


A: Claro que no enseñamos aquí a “sofistear”. Justamente he escrito no hace mucho una obra, Refutaciones sofísticas, en la que muestro con ejemplos cómo esos ruines tratan de manipular, a través de su uso artificioso del lenguaje, las opiniones de los hombres humildes. Es más, he diseñado toda una teoría acerca de la argumentación correcta, con la finalidad de aclarar qué modos de razonamiento son válidos y cuáles no, de manera que quede bien claro cómo hay que proceder dialécticamente tanto en el estudio científico como en la vida cotidiana.

  

S: He leído tu trabajo, es excelente. Te felicito.

  

A: Muchas gracias. En cuanto a la teoría de las Ideas, me he permitido hacer unos retoques en la misma que juzgo imprescindibles para su mayor consistencia.

 

P: ¿Retoques dices? ¿Es que no estaba bien, acaso?


A: No te asustes. Tú mismo reconocías que tenía algunos problemillas, ¿verdad? Pues bien, al intentar darles una salida he tenido que replantearme algunos puntos. Esto me ha llevado finalmente a una nueva teoría, la cual diría que respeta lo esencial de la tuya.


P: Me temo lo peor. Dime, ¿qué has tomado por parte esencial de mi pensamiento y qué por accesorio?


A: Mantengo el planteamiento de que el relativismo es un error, al igual que tú, y también defiendo el objetivismo y la existencia de la verdad, así como el hecho de la existencia de Dios y la explicación de los seres sensibles a partir de su configuración según patrones esenciales. Todo esto lo he respetado.


P: Admito que son elementos fundamentales en mi teoría. Mas, dime: ¿cuáles son esos “retoques”?


A: Dada la dificultad que ofrecía la noción de participación, he optado por situar las Ideas en el propio mundo sensible. La Idea de Caballo está en los caballos, no en otra realidad separada e independiente.


P: ¡Cómo! Si las colocas en lo material, dado que es mutable, perderán su estatismo. No puede ser, ¿te das cuenta? Las Ideas dejarían de ser arquetipos perfectos.


A: Es clave la comprensión adecuada del movimiento. Concebías con Heráclito un mundo en devenir constante, convirtiendo el cambio en algo absoluto. Pero esto es un error. Lo que cambian son los objetos, las sustancias. Es en relación a ellas que existe el cambio. Y en cada objeto encontramos un elemento que lo hace particular y otro que le otorga su ser universal. El primero es la materia de que se compone, y el segundo, la forma propia en que se dispone esa misma materia. Cada caballo concreto sufre cambio, corrupción y muerte; sin embargo, la Idea o Forma de Caballo es permanente, pues se da en cada uno de los ejemplares y se transmite mediante la reproducción. De esta manera perdura eternamente.

 

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